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La Nueva Era parece traer muchas novedades en diversos campos y áreas de la vida. La sexualidad es uno de esos aspectos que se va transformado. Dentro de las relaciones amorosas y el vínculo de pareja, la sexualidad juega un papel preponderante. Ya que nuevas ideas están impregnando todos los campos de la ciencia, así la sexualidad tiene ahora un terreno más amplio donde echar raíces, sin prejuicios y sin condicionamientos. Hay realmente cambios y nuevas formas de sexualidad? ¿O es una “nueva” mirada la que enriquece una cualidad que ha acompañado al hombre desde el origen mismo de la humanidad?
Hablar de sexualidad en estos tiempos ya no es considerado un tabú, aunque ciertos temas todavía generan comicidad, asombro, y “tapada de bocas”, ocasionando hasta vergüenza. Uno de los avances más importantes, se debe a la invasión de literatura oriental: gracias a nuevos enfoques se está espiritualizando a la sexualidad, elevándola en su significando y en su práctica de tal manera, que es considerado por algunos como una vía de acceso a lo divino, como un camino de Iluminación. Esta es denominada la “Sexualidad Sagrada”, y está acompañada por un surtido de libros, maestros, prácticas, posiciones, consejos y recetas, para hacer del encuentro sexual una verdadera conexión interior con otro ser, más allá del cuerpo.
Pero al margen de todo esto, la sexualidad debe encontrar una vía de expresión más allá de los prejuicios, de los condicionamientos, y aun de su connotación sagrada oriental. En el siglo XXI hay una tendencia cada vez más grande de considerar a la sexualidad como una parte más de la vida, entendiéndola como la fuerza más grande que tiene el ser humano: la de crear vida. Recordar que nosotros provenimos de la unión de dos seres, de la integración de esos aspectos masculino y femenino, es un paso para ampliar nuestra idea de sexualidad.
Por otro lado, separar a la sexualidad de su aspecto reproductivo es algo que viene como consecuencia de lo anterior. Se está resaltando el papel que juega el placer y el deseo, y cómo al ser satisfecho, eso genera equilibrio en todos los aspectos de la persona: en su emocionalidad, en su cuerpo, y en su mente. Junto con esto, la medicina y las disciplinas de la salud están promoviendo la práctica de una sexualidad sana y consciente, lo cual implica que las personas se tienen que involucrar en el tema de las enfermedades, y de los peligros inherentes a este terreno. La responsabilidad no es sólo del médico, sino también del paciente, la de asesorarse sobre las mejores formas para proteger su salud, ya desde la juventud, desde antes de su ingreso a la adultez y a la vida sexual.
La sexualidad es uno de los constituyentes básicos de la personalidad. Hasta hace unas décadas atrás, no había diferencia entre la identidad sexual y la identidad de género: ambas se consideraban partes de lo mismo. Sin embargo, la psicología integral actual nos habla de que debemos entender ambos conceptos por separado, aunque funcionando íntimamente en la psiquis. La identidad sexual se define como aquella preferencia de un individuo por uno u otro sexo; un deseo sostenido en el tiempo hacia un sexo / género en especial; el género o identidad de género es determinado –no sólo por las características anatomofisiológicas de la persona, que determinan que alguien sea varón o hembra– sino por la identificación un rol en especial (es decir, si se percibe a sí mismo como un hombre, una mujer, o de otra manera menos convencional).
En resumen, la sexualidad debe ser considerada en toda su dimensión, como un aspecto innegable de la realización del ser humano. La sexualidad puede y debe ser aprendida. Los tabúes sociales o religiosos –aunque a veces han tenido su razón de ser en algunas culturas o periodos históricos, como en el caso del incesto– pueden condicionar considerablemente el desarrollo de una sexualidad sana desde el punto de vista psicológico. La sexualidad, en definitiva, no debe apartarse de dos principios fundamentales: el mutuo consentimiento entre las dos personas, y la superación de la autocensura, para que cada individuo se acepte a sí mismo, aunque ello exija a veces lograr el difícil equilibrio entre las inclinaciones individuales y ciertos prejuicios y atavismos sociales.
Encontrar formas de expresión más acordes a nuestra naturaleza interna y a nuestros deseos, es la tarea que nos toca a todos en este nuevo milenio.